Visitar las islas Azores
10 experiencias que no hay que perderse en
las 9 islas del archipiélago
No le
faltan méritos a las islas Azores, un archipiélago de nueve islas a casi 1.500
kilómetros de Lisboa, para ser un destino de calidad, cercano y barato que puede
convertirse en breve en uno de los favoritos de los viajeros españoles. En la
inmensidad azul del Atlántico, la naturaleza creó una tierra repleta de belleza
natural que espera a que la exploren: el archipiélago de las Azores. Están
reconocidas como primer destino Quality Coast de platino del mundo y como
segundo mejor archipiélago de turismo sostenible, según National Geographic;
están en el Top 10 mundial para el avistamiento de cetáceos; son uno de los
mejores destinos del mundo, según Lonely Planet; la región de Furnas en la isla
de San Miguel es la zona volcánica más atractiva del mundo y, además, varias
zonas de las islas son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Nueve
islas, nueve pequeños mundos, que tienen tanto en común como de diferente, pero
en las que la todos sus habitantes comparten su simpatía y amabilidad hacia el
visitante. Un archipiélago que, por su lejanía, por estar en medio del Atlántico
norte, han sido mil veces perdidas y halladas. Fueron descubiertas por Diogo de
Silves en el siglo XV y colonizadas después por navegantes en busca de nuevas
tierras para la esperanza.
Los volcanes, con un ojo abierto y otro
cerrado, siempre ansiando despertar y en cuyo fondo de los verdes cráteres que
dominan la geografía isleña se han formado lagunas de agua cristalina y el
océano furioso, confieren a los nacidos aquí un espíritu de supervivencia que
les incita a pensar que cualquier cosa es efímera. Todo, menos su propia
naturaleza: hay cráteres, fajãs, cascadas, piscinas entre la lava y muchas
flores. En cada isla hay siempre un rincón donde sentirse parte del
paisaje.
Si hay algo por lo que los azoreños llevan luchando desde mucho
tiempo atrás es por mantener intactas sus costumbres, como si la vida les fuera
en servir un vaso de vino, en secar pétalos de hortensias o en pintar de colores
escamas de pez. Los viejos lobos de mar han dejado paso a gentes sencillas,
apegadas a la tierra. La agricultura y la pesca son dos grandes fuentes de
ingresos. Lejos están los tiempos en que los arponeros de las Azores eran los
más demandados por las grandes compañías navieras, por su valor a la hora de dar
caza a las ballenas. Hoy en día esta actividad está prohibida, pero los
marineros siguen saliendo al océano para recordar antiguas historias.
Resulta difícil imaginar en qué gastaban su tiempo Francis Drake, Walter
Rilley o Richard Greenville, esos temibles piratas que forman parte de la
leyenda universal, durante su estancia en Ponta Delgada, en Flores, improvisada
guarida en algún momento de sus vidas. Los imaginamos contemplando el océano,
que resulta especialmente bravo en la cara norte de la isla, asomados a los
acantilados desde alguno de los numerosos miradores que recorren la costa o
quizás viviendo el atardecer más hermoso con el que pudieran soñar en el ilhéu
de Monchique, el punto más occidental del continente europeo. La sensación de
soledad se multiplica aquí hasta el infinito: tan sólo la silueta de la isla de
Corvo, con su caldera envuelta en perennes nubes, devuelve a la realidad para
hacernos olvidar la inmensidad del Atlántico.
Caminar por senderos
imposibles que suben hasta el cráter de un volcán o descienden hasta playas de
arena negra es una de las actividades al aire libre que se pueden realizar en
las islas, auténtico paraíso para los amantes de las emociones fuertes.
Windsurf, submarinismo, parapente, espeleología... hay miles de propuestas para
estar en contacto con la naturaleza más pura. Basta con echar un vistazo desde
cualquiera de sus muchos miradouros para darse cuenta de que estamos ante
uno de esos pocos paraísos terrenales de los que se puede disfrutar en el mundo.
Son muchas las rutas senderistas que se pueden realizar en cada una de las
islas.
El origen de las Azores se encuentra grabado en los 1.766 volcanes
que existen en este archipiélago, nueve de los cuales todavía se encuentran en
activo. De toda esta riqueza natural nació el Geoparque de las Azores, que forma
parte de la Red Europea y Global de Geoparques, y que pretende promocionar y
proteger el patrimonio geológico de este archipiélago. En efecto, volcanes,
naturaleza y vida marina son tres de sus muchos atractivos. Tempestades,
volcanes y ballenas forman parte de sus mitos y leyendas.
Hay mucho que
ver y hacer en las nueve islas. Aquí proponemos 10 experiencias que no hay que
perderse.
01.- Saborear
el cocido bajo tierra de San Miguel. En las afueras de Furnas, en la isla de San Miguel, la mayor del
archipiélago, se encuentra una caldera, con oquedades donde se pueden ver lodos
en plena ebullición. Desprenden calor y de ellos sale a borbotones la tierra
hirviendo. Como cada mañana, los micaelenses destapan los agujeros situados
alrededor de los cráteres y colocan en su interior grandes ollas con carne y
verduras. Seis horas después se produce el desentierro: no hay que demorarse, el
cocido está listo para comer y es un gustazo. Muy cerca se encuentran las
piscinas naturales de aguas férreas, con temperaturas en torno a los 28º C. del
Parque de Terra Nostra, un vergel tropical de 12 hectáreas con plantas exóticas.
Claro que no es lo único que hay que hacer en este isla. Este es también el
mejor lugar para observar cetáceos, hasta más de veinte especies distintas entre
ellos las ballenas azules, el mayor animal sobre la faz de la tierra, con cerca
de 30 metros y hasta 150 toneladas. Por supuesto hay que disfrutar de la
capital, Ponta Delgada, con su arquitectura peculiar en blanco perfilado del
negro del basalto. Hay que pasear por su Praça de Gonçalo Velho Cabral,
contemplar las Portas da Cidade, de 1783, levantadas en el punto exacto hasta el
que llegaba el mar. Tras ellas se vislumbra la torre de la iglesia Matriz, con
una hermosa portada de estilo manuelino en piedra blanca que fue traída ex
profeso del continente. Otro de los lugares de encuentro en la isla es la
avenida Infante Dom Enrique, conocida como la Marginal. Durante el día, por su
agradable paseo marítimo; durante la noche, por sus animados bares que
despliegan sus terrazas en cuanto hace buen tiempo. Hay que visitar los lagos de
increíble belleza, bosques casi impenetrables con vegetación exótica, volcanes y
pequeñas playas. La llamada "isla verde" es considerada por muchos como la más
bonita y la más diversa de las Azores. La mitad Este está dominada por amplias
extensiones de campos de té. La mitad Oeste, por lagos y montañas. A ambos
extremos se llega por sinuosas y estrechas carreteras que se retuercen entre
paredes de musgo. Los miradores del Pico do Carvão, Vista do Rei y Cerrado das
Freiras, con sus espectaculares vistas sobre pequeñas lagunas, constituyen el
preludio de lo que aguarda a 550 metros de altitud, en Sete Cidades. A la
derecha, el lago Verde, a la izquierda, el Azul. Cuenta la leyenda que ambos
lagos, formados en las antiguas bocas de un volcán, son producto de las lágrimas
derramadas por dos enamorados, una princesa de ojos azules y un pastor de ojos
verdes que fueron obligados a renunciar a su amor. Ambos lagos forman la imagen
más repetida en todos los folletos turísticos que proponen las islas Azores como
gran destino de naturaleza.
02.- Tomar un vino Patrimonio de la Humanidad en
Pico. En la segunda mayor
isla del archipiélago y en la que se encuentra la montaña más alta de Portugal,
precisamente Pico, que le dio nombre, con 2.351 m de altitud, y gracias a su
clima seco y cálido, junto con la riqueza mineral de los suelos de lava y la
disposición del terreno en un impresionante mosaico de piedra negra los
currais ha permitido un creciente éxito del cultivo de la viña, en la
que predomina la variedad verdelho que goza de fama internacional e,
incluso, llegó hasta la mesa de los zares rusos. Toda una aproximación de lo más
natural a la isla, de paisajes verdes y negros, donde se prodigan los famosos
viñedos de Pico, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004 y
que tienen una particularidad única: estar encajonados en corralitos de lava. Un
paisaje de viñas casi imposible, nacido del esfuerzo titánico de generaciones de
vinateros. Algo apartado del centro abre sus puertas el Museu do Vinho, ubicado
en un antiguo convento carmelita más tarde reconvertido en bodega. El 80 por
ciento del vino azoriano se produce en Pico, con el verdelho como principal
variedad. El museo propone un recorrido histórico por el mundo de la viticultura
a través de documentos, barriles y numerosos utensilios. En Pico se encuentra
uno de los mayores tubos de lava visitables del mundo, la Gruta das Torres, con
cinco kilómetros de longitud embellecidos por diversos tipos de estalactitas y
estalagmitas lávicas y paredes estriadas. Otras paradas obligadas son las
lagunas de Capitão, de Caiado y de Paul, y también el mirador de Terra Alta
situado en la carretera que rodea la isla por el norte, desde el cual se puede
observar la isla de São Jorge, así como el paisaje que ofrece la riqueza
forestal de la isla de Pico.
03.- Estampar la firma junto a los amarres de Horta, en
Faial. Hubo un tiempo en que
los mapas hablaban de Faial como la isla de la Ventura. Porque era una
auténtica aventura llegar hasta ella. Hoy, un moderno aeropuerto pone a Horta,
su capital, en conexión con Lisboa en apenas unas horas. Su puerto, con mucho
encanto, ha quedado como simple atraque de yates y embarcaciones deportivas,
pero Horta fue durante años lugar de escala y aprovisionamiento de compañías
balleneras de Nueva Inglaterra que reponían sus tripulaciones con valientes
azoreños. Las tempestades, en muchas ocasiones, jugaban muy malas pasadas y, por
eso, cada vez que los marineros ponían su pie en tierra estampaban su firma en
un muro situado junto a los amarres dando gracias a Dios. Quien no lo hacía,
tenía los días contados. Una superstición a la que siguen temiendo las
tripulaciones de hoy en día: no hay un palmo de pared libre ni un trozo de suelo
ni una roca sin su correspondiente grafiti multicolor. Visita imprescindible en
el puerto es el legendario Café de Peter, con su museo de scrimshaw grabados de
escenas de la vida azoreña en huesos y dientes de cachalote tras una puerta al
fondo del local. Peter fue un tal José, rebautizado así por un marino inglés que
recaló aquí durante la Segunda Guerra Mundial. José le trataba tan bien, que le
pidió permiso para llamarle con el nombre de su hijo, a quien echaba mucho de
menos. Durante años, Peter se encargó de enviar las cartas que los navegantes
escribían a sus familias. En Horta no había central de correos, pero él se las
ingeniaba para hacérselas llegar. La isla recibió el nombre de Faial por la
abundancia de fayas, pero ninguna isla puede tener más motivos para sentirse
orgullosa de los inmensos macizos de hortensias, en diversos tonos de azul, que
enmarcan las casas, separan los campos y bordean las carreteras, y que
justifican el título de Isla Azul. El Parque Natural de Faial fue el primer
destino turístico portugués galardonado con el premio EDEN (European Destination
of Excellence).
04.-
Practicar surf en la ventosa cara norte de São Jorge. Es la isla de las escarpas, de los
acantilados y de las fajãs, una de las más verdes del archipiélago de las Azores
y el lugar perfecto para unas vacaciones en contacto con la naturaleza y el
mar. Paisajísticamente salta a la vista el contraste entre la cordillera
central, que atraviesa la isla casi a todo lo ancho, y la escarpada y recortada
costa, salpicada por las típicas fajãs que se adentran en el mar. Las fajãs son
pequeñas planicies que se originaron debido al corrimiento de tierras o de lava.
En esta isla hay más de 40 y en algunos casos solo se puede acceder a ellas a
pie, motivo por el cual los senderos son una de las mejores formas de
descubrirlas. Al pasear por la isla de São Jorge se puede admirar el terreno
parcelado para la agricultura de subsistencia, las casas de piedra con ventanas
de guillotina de tres hojas, las cascadas y los curiosos cables de acero que
sirven para transportar la leña hasta las planicies costeras. La ventosa cara
norte de la isla de São Jorge ofrece un escenario perfecto para la práctica del
surf. Pero quienes no se animen podrán apreciar lo que el paso del tiempo y la
acción de las aguas del océano ha excavado en la dura lava que conforma el
litoral de São Jorge, creando puentes y arcos naturales, los más interesantes de
los cuales se encuentran en Velas y en la planicie de Santo Amaro. La isla es
famosa por los quesos que se elaboran a partir de la leche de las vacas que
pastan a sus anchas casi por cualquier rincón de su geografía, ya que hay casi
tantos ejemplares bovinos como habitantes.
05.- Correr un San Fermín particular en
Terceira. Entre los meses de
mayo y septiembre, la isla de Terceira acoge la nada despreciable cifra de 220
touradas, su particular San Fermín. Los ganaderos trasladan desde los
campos a las ciudades y pueblos jaulas con novillos que serán soltados después
por las calles bajo la atenta mirada de los pastores, que, perfectamente
ataviados con camisas blancas y sombreros negros, tirarán de ellos con una
cuerda para evitar que se salgan del recorrido marcado. Todo un espectáculo, una
gran fiesta en la que los habitantes de la isla aprovechan para hacer negocios,
establecer nuevos vínculos sociales o, simplemente, disfrutar de la gastronomía
más típica. Tal como el propio nombre indica, esta fue la tercera isla del
archipiélago que se descubrió. Pero lo que hace que Terceira sea especial es el
magnífico contraste entre la belleza natural de esta isla volcánica y el
admirable trabajo del hombre en el centro histórico de Angra do Heroísmo, su
capital. Fundada en 1534, fue la primera localidad de las Azores elevada al
nivel de ciudad y clasificada como Patrimonio Mundial de la UNESCO. La bahía de
Angra ganó gran relevancia no solo como centro de comercio interno de los
productos regionales producidos en las demás islas, sino que asumió todavía un
mayor protagonismo como escala intercontinental de las naves que navegaban entre
Europa y las Américas y la India. El centro histórico de Angra do Heroísmo es
testigo de los reyes y los nobles que pasaron por allí dejando atrás una bella
arquitectura que se extiende en un entramado de calles, callejones, iglesias,
palacios, casas señoriales, monumentos, plazas y jardines que han perdurado
hasta la actualidad. No se puede dejar de visitar los fuertes de São Sebastião y
de São João Baptista, ejemplos singulares de una arquitectura militar con más de
400 años, la Sé Catedral del siglo XVI, considerada el mayor templo del
archipiélago de las Azores.
06.- Meterse en un volcán en Graciosa. Clasificada por la Unesco como Reserva Mundial
de la Biosfera, es la isla más al norte de las cinco que componen el Grupo
Central del archipiélago de las Azores. Se la conoce como la Isla Blanca,
denominación inspirada en las características geomorfológicas y en los elementos
toponímicos de la isla. Y son justamente estas especiales características las
que permiten vivir la experiencia única de adentrarse en un volcán. La Furna do
Enxofre es una caverna volcánica posiblemente, la mayor del mundo a la que se
accede a través de una torre, con unas escaleras de caracol que en vez de
ascender descienden por las entrañas de la tierra con muy poca luz procedente
del exterior iluminando cada escalón. Toda una aventura que culmina junto a un
lago que recibe el agua de la lluvia a través de una cascada. La Caldera de
Graciosa es el elemento paisajístico más emblemático de esta isla. Clasificada
como Monumento Natural Regional, este cráter de grandes dimensiones y gran
belleza, engloba también la Cueva de María Encantada y la Cueva del Azufre,
verdaderos Santuarios de la Madre Naturaleza. Otra característica destacada del
paisaje de esta isla son los molinos de viento con las cúpulas rojas, de
inspiración flamenca y testigos de la abundante producción de cereales que hubo
en otros tiempos. La isla tiene un municipio, Santa Cruz da Graciosa, que
destaca por las casas típicas, las callejuelas empedradas, que ramifican desde
la amplia plaza central, donde hay un templete, estanques de agua y araucarias.
En el pueblo de Praia, destaca la Iglesia de San Mateo, que cuenta con un órgano
de tubos de 1793, uno de los más bonitos de las Azores y, en Guadalupe, la
Iglesia del mismo nombre que data del siglo XVII. En el Monte de Nuestra Señora
de la Ayuda hay una agradable vista panorámica de Santa Cruz, la parte norte de
la Isla. En esta zona se pueden también visitar tres ermitas dedicadas a S.
Juan, S. Salvador y Nuestra Señora de la Ayuda. Esta última es uno de los
mejores ejemplos de arquitectura religiosa fortificada en las Azores. Tiene
anexa la casa de los romeros, destinada a acoger a los que se trasladan hasta
allí en peregrinación.
07.- Contemplar la naturaleza vertical de Isla de
Flores. Flores es naturaleza
en estado puro: la de sus acantilados y montes que se funden con la costa en
pendientes verticales, la del continuo murmullo de cascadas que saltan desde lo
alto de las laderas en dirección al mar, la del espejo líquido de las lagunas en
el fondo de verdes cráteres volcánicos, la de los gigantescos prismas basálticos
de Rocha dos Bordões, cementerio petrificado de báculos, rotundos y poderosos en
el horizonte de Caldeira y Mosteiro. Un horizonte que se deshace después bajo el
mar en busca de marisco y pescado entre rocas multicolor o al nadar en alguna de
las piscinas naturales que surcan la isla. Integrada en la red mundial de
Reservas de la Biosfera de la UNESCO, la isla de Flores, el territorio más
occidental de las Azores y de Europa, cuenta con paisajes que son verdaderos
paraísos. Se cree que su descubrimiento, alrededor de 1452, se debe al navegante
Diogo de Teive y, aunque inicialmente se denominó isla de São Tomás o de Santa
Iria, al poco tiempo se le cambió el nombre por el de Flores, debido a la
abundancia de flores amarillas, los cubres, que recubrían toda la isla.
Caracterizada por una costa muy recortada y extremadamente escarpada, Flores
está marcada por el agua: cascadas, lagunas, ríos y pozos forman un catálogo de
experiencias inolvidables que parecen concentrar en ellas toda la belleza
natural que se encuentra dispersa en las otras islas del archipiélago. Debido a
sus pequeñas dimensiones no resulta difícil recorrer toda la isla y una buena
sugerencia para comenzar a descubrirla es empezar el día con un paseo en barco,
desde el que se puede disfrutar de una vista diferente con estructuras rocosas y
grutas sorprendentes. Es el caso del Arco de Santa Cruz das Flores o del islote
de Maria Vaz, solo visibles desde el mar. Y también de la gruta de Enxaréus y de
la de Galo. Para el resto del día quedan reservadas muchas más sorpresas, que
habrá que descubrir trazando una ruta por los alrededores entre bosques de
laurisilva hasta el Porto da Lomba. Para caminantes, dos recomendaciones: un
paseo que sube hasta la Rocha do Touro, y otro que baja hasta la Fajã de Pedro
Vieira.
08.- Tomar una
copa en el bar Com Vento de Corvo. En Corvo hay que ver sus famosos molinos de viento
reconvertidos en Museo Etnográfico, que se elevan sobre el basalto negro
siguiendo las trazas de los molinos que los árabes implantaron en Portugal. Pero
también hay que contemplar el caldeirao, ese cráter de volcán extinto
que, con sus 2.400 metros de perímetro, ocupa la mayor parte de la isla. Hay que
llegar hasta él caminando, dejando que fluya alrededor el misterio y el
silencio, especialmente intenso si se baja hasta el fondo. Otros puntos de
interés en Corvo son el Pico de João de Moura, el Faro de la Ponta da Carneira,
el Morro dos Homens el punto más alto de la isla, antaño cobijo para protegerse
de corsarios y los acantilados de la Ponta Norte, que pasa por ser el punto más
septentrional de las Azores, en la costa occidental. Después del intenso día al
aire libre, la mejor opción no puede ser otra que la de tomar una copa en el bar
Com Vento, una antigua casa rectoral cuyo símbolo es una monja con el hábito
levantado por el viento. Un juego de palabras para comprender y no olvidar a
esta isla de la eterna serenidad. Considerada también por la Unesco Reserva
Mundial de la Biosfera, es la más pequeña de las nueve islas, con un área de
apenas 17,1 km2. El único poblado de la isla, Vila Nova do Corvo, está
implantado en una falda lávica (una fajã, en portugués) que constituye la
principal superficie plana de la isla. Es una villa pintoresca y poco común, que
se caracteriza por las fachadas de piedra negra, con decoraciones en blanco en
las ventanas y en las puertas, y por las calles estrechas, localmente designadas
canadas, empedradas con cantos rodados y losas pulidas por el uso. El uso
de cerraduras de madera en las puertas de las habitaciones, fabricadas por los
artesanos de Corvo, es una de las tradiciones que se mantienen y que simboliza
la vivencia de una isla pacífica en la que todos se conocen.
09.- Apreciar el colorido de las casas de
Santa María. Por su
proximidad fue la primera en ser descubierta y la que mejor ha conservado todo
su patrimonio en cada pueblo se pintan las casas de un color distinto, gracias
a su escasa actividad sísmica, con un cierto aire africano que se traduce en
playas de arena tostada imposible de encontrar en cualquier otro rincón del
archipiélago. Su ciudad más importante es Vila do Porto, fundada en la primera
mitad del siglo XV, hay peces y moluscos que decoran sus aceras. El centro
neurálgico de la ciudad es el largo de Nossa Senhora da Conceição, con un
convento franciscano reconvertido en sede del Ayuntamiento y un quiosco de
música en cemento. Los edificios más representativos de la villa son la iglesia
matriz de Nossa Senhora da Assunção, la Misericórdia y el fuerte de São Brás,
que, con sus nueve cañones, sirvió durante mucho tiempo para proteger a los
habitantes de la isla de los ataques de los piratas. Y es que Santa Maria fue
asediada sin piedad durante años, hasta tal punto que se tuvo que crear un cargo
público el Memposteiro dos Cativos con la única misión de negociar la
liberación de los rehenes. Al mismo concelho de Vila do Porto pertenece
la Praia Formosa, cuyo nombre lo dice todo: es una de las mejores de las Azores.
La bahía de Praia, encajonada entre acantilados, es, además, una de las
preferidas de los surfistas. Vale la pena admirar la bahía desde el mirador da
Macela, situado en la carretera que se encamina hacia Almagreira, famosa por los
barros con óxido de hierro y plomo que necesitaban para desarrollar sus trabajos
los alfareros de la zona. Pero aún hay más motivos para desplazarse hasta Santa
Maria. Uno es conocer Maia, entre la ponta do Castelo y la ponta
do Castelete, entre el mar y la montaña, con sus corrales de viñas incrustados
en los acantilados. Las cepas del vinho do Cheiro rozan casi el mismo mar. Todo
un espectáculo que merece la pena rememorar, mientras nos damos un baño en su
piscina natural.
10.-
Darse un atracón de cracas y otras delicias de mar. Tomar una ración de cracas es una
experiencia singular. Es un crustáceo que vive en colonias y se disfraza de
roca. Parecen y pesan como rocas, pero en sus orificios se esconde un manjar de
sabores confusos, entre cangrejo, percebe y caracol. Según los expertos,
exquisito. Hay que extraer la carne con paciencia para no quedarse sin nada. Es
un crustáceo abundante en cualquier mar, pero como hay más piedra que chicha, y
cuesta arrancarlo, raramente llega a las mesas de los restaurantes. En Azores,
sí, prácticamente en cualquiera de sus islas. No es lo único original que da el
mar de estas islas. Son típicos, y muy sabrosos, el cabaco, una especie de
langosta pero sin tenazas, y la lapa, que se puede comer con arroz o con una
salsa elaborada con ajo y perejil. Forman también parte de la dieta habitual de
los azoreños el pescado, del que se puede encontrar en los mercados un amplio
catálogo: atún, congrio, pargo, sardinas, pez espada, calamares... que serán
después cocinados a la brasa. Más contundente resulta la popular caldeirada,
frecuente en cualquier restaurante no sólo de las Azores sino de todo Portugal,
igual que el pulpo y el célebre bacalao, importado éste desde el continente.
Existe también una gran variedad de platos elaborados con carne, procedente de
esas vacas que se ven pastando en los recorridos por las islas. Muy
recomendables son el bifé a la regional y el bitoque, que es un filete pequeño
con un huevo encima. En Terceira hay que pedir su famosa alcatra
estofado de ternera con col, bacon y muchas especias, cocinado todo en una
cazuela de barro, y en São Miguel, el mencionado cocido nas furnas, preparado
al calor de los cráteres de la isla, en el interior mismo de la tierra.
Autóctono es el embutido conocido como linguiça, servido con
inhame, un tubérculo suramericano muy parecido a la patata. Una especial
importancia en las Azores tienen los quesos, sobre todo los de São Jorge, que se
curan durante algunos meses en salas que mantienen una temperatura constante.
Cómo ir:
El turoperador
Portugal Tours (
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destino propone un viaje de 8 días/7 noches a la isla de Terceira con salidas
todos los lunes entre el 2 de mayo y el 29 de agosto con vuelo directo desde
Madrid a partir de 559 euros y coche de alquiler incluido en el precio durante 7
días y alojamiento y desayuno. Para familias hay una oferta estupenda desde 999
euros por familia, que incluye vuelo directo desde Madrid para 2 adultos más 2
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